sábado, 16 de noviembre de 2013

Corazones Alados


Ángela se vio una vez más en la delgada capa de agua que se había estancado en un pequeño  surco en la arena, su delicada piel aceituna resplandecía bajo el cálido sol matutino, sus labios grandes estaban agrietados debido a las recientes sequías y sus ojos medio abiertos reflejaban todo el cansancio de su cuerpo.
-Ángela vuelve al trabajo, concéntrate.
-Madre- dijo Ángela al tiempo que volvía su cuerpo en un ademan delicado y suave, como de quien habita en su propio universo- ¿Porque algunos hombres no nacen libres?.
-Es porque el corazón de los hombres es pesado, entonces al caer desde el cielo es imposible controlar la dirección de la embestida, cada quien cae en una posición y debe aceptar la sabiduría del destino.
-y ¿Qué pasaría si nuestro corazón aligera su carga? ¿Entonces podría decidir a dónde ir?
La madre de aquella pequeña sintió un pinchazo de tristeza, veía la cara de Ángela, tan llena de ilusiones y se recordó a sí misma en la edad en la que todo era posible, entonces decidió dar un regalo a su hija y no decirle que los corazones de los esclavos son negros y pesan mucho más que el resto de los corazones de los hombres y que por eso no podían  ser libres.
-Si lo deseas con suficiente fuerza y eres una niña buena algún día podrían salirle alas a tu corazón y volar libre lejos de aquí.
Ángela sonrió fascinada, y aunque seguía trabajando la tierra, de pronto el aire se sentía más fresco, la brisa más húmeda y el sol más cálido, se sintió un poco más libre.
Aquel día marco la vida de Ángela para siempre. Aunque lucho encarnizadamente por su libertad con el pasar de los años fue siendo más sabia. Con frecuencia  lloró, gritó, odió  y amó pero al final entendió que las almas son siempre libres aunque tengan un corazón pesado.
Él día que Ángela murió, el cielo se puso triste,  todos lloraban amargamente pues sabían que la esclavitud es una posición permanente tanto en la tierra como en el cielo. Algunos  bailaban alrededor de la fogata junto a su cuerpo, cantaban a la luna para que guiara de forma correcta a la abuela Ángela hacia el mundo  de los muertos.
Los canticos frenéticos desprendieron polvos plateados  que despertaron a la luna. Esta como de costumbre iluminó el cadáver junto al fuego con un halo de luz cálido y  eterno. Luego una luz parpadeante comenzó a bailar en el ombligo de  Ángela y poco a poco comenzó a crecer,  de pronto en el centro de la gran luz apareció un azul profundo como el cielo estrellado y poco a poco fue transformando en verde, de esmeralda viró en un amarillo y este a su vez se volvió  tan intenso que todos quedaron cegados.
Cuando los mayores recuperaron la visión vieron unas alas gigantes que aleteaban delicadas como seduciendo el viento, negras en los bordes,  azul turquesa en las periferias y verde intenso hacia el centro,  había pequeñas manchas blancas que llenaban aquellas alas de vida.
En el lugar en que las alas nacían estaba el cuerpo acabado de Ángela, sonreía como siempre, sintiéndose libre. Los aleteos comenzaron a cobrar fuerza y  Ángela empezó a ascender  delicadamente por el cielo azul formando grandes hélices infinitas, dejando tras de sí una estela de esferas luminosas que bañan al resto de la tribu penetrando y alimentando sus agotados corazones.
Todos los esclavos vieron el cielo hasta que Ángela desapareció, algunos lloraron amargamente porque también querían ser libres. Y otros más guardarían en su corazón aquella historia que de generación en generación  explicaría  cómo la suficiente fuerza de espíritu  podría salirle alas a los  corazones  y ser libres.


1 comentario:

  1. Hace tiempo, en algún lugar leí, que la libertad es como la vida, pues sólo la merece aquel que sabe conquistarla todos los días.

    ResponderEliminar