Ángela se vio una vez más en la delgada capa de agua que se
había estancado en un pequeño surco en
la arena, su delicada piel aceituna resplandecía bajo el cálido sol matutino,
sus labios grandes estaban agrietados debido a las recientes sequías y sus ojos
medio abiertos reflejaban todo el cansancio de su cuerpo.
-Ángela vuelve al trabajo, concéntrate.
-Madre- dijo Ángela al tiempo que volvía su cuerpo en un
ademan delicado y suave, como de quien habita en su propio universo- ¿Porque
algunos hombres no nacen libres?.
-Es porque el corazón de los hombres es pesado, entonces al
caer desde el cielo es imposible controlar la dirección de la embestida, cada
quien cae en una posición y debe aceptar la sabiduría del destino.
-y ¿Qué pasaría si nuestro corazón aligera su carga?
¿Entonces podría decidir a dónde ir?
La madre de aquella pequeña sintió un pinchazo de tristeza,
veía la cara de Ángela, tan llena de ilusiones y se recordó a sí misma en la edad
en la que todo era posible, entonces decidió dar un regalo a su hija y no
decirle que los corazones de los esclavos son negros y pesan mucho más que el
resto de los corazones de los hombres y que por eso no podían ser libres.
-Si lo deseas con suficiente fuerza y eres una niña buena
algún día podrían salirle alas a tu corazón y volar libre lejos de aquí.
Ángela sonrió fascinada, y aunque seguía trabajando la
tierra, de pronto el aire se sentía más fresco, la brisa más húmeda y el sol
más cálido, se sintió un poco más libre.
Aquel día marco la vida de Ángela para siempre. Aunque lucho
encarnizadamente por su libertad con el pasar de los años fue siendo más sabia.
Con frecuencia lloró, gritó, odió y amó pero al final entendió que las almas
son siempre libres aunque tengan un corazón pesado.
Él día que Ángela murió, el cielo se puso triste, todos lloraban amargamente pues sabían que la
esclavitud es una posición permanente tanto en la tierra como en el cielo. Algunos bailaban alrededor de la fogata junto a su cuerpo,
cantaban a la luna para que guiara de forma correcta a la abuela Ángela hacia
el mundo de los muertos.
Los canticos frenéticos desprendieron polvos plateados que despertaron a la luna. Esta como de
costumbre iluminó el cadáver junto al fuego con un halo de luz cálido y eterno. Luego una luz parpadeante comenzó a
bailar en el ombligo de Ángela y poco a
poco comenzó a crecer, de pronto en el
centro de la gran luz apareció un azul profundo como el cielo estrellado y poco
a poco fue transformando en verde, de esmeralda viró en un amarillo y este a su
vez se volvió tan intenso que todos
quedaron cegados.
Cuando los mayores recuperaron la visión vieron unas alas
gigantes que aleteaban delicadas como seduciendo el viento, negras en los
bordes, azul turquesa en las periferias
y verde intenso hacia el centro, había pequeñas
manchas blancas que llenaban aquellas alas de vida.
En el lugar en que las alas nacían estaba el cuerpo acabado
de Ángela, sonreía como siempre, sintiéndose libre. Los aleteos comenzaron a
cobrar fuerza y Ángela empezó a ascender delicadamente por el cielo azul formando
grandes hélices infinitas, dejando tras de sí una estela de esferas luminosas
que bañan al resto de la tribu penetrando y alimentando sus agotados corazones.
Todos los esclavos vieron el cielo hasta que Ángela
desapareció, algunos lloraron amargamente porque también querían ser libres. Y
otros más guardarían en su corazón aquella historia que de generación en
generación explicaría cómo la suficiente fuerza de espíritu podría salirle alas a los corazones y ser libres.
Hace tiempo, en algún lugar leí, que la libertad es como la vida, pues sólo la merece aquel que sabe conquistarla todos los días.
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