“Quienes venimos a este mundo somos irremediablemente suicidas, pero no todos de la misma calaña.”
Mario Benedetti
El gris del cielo combinaba perfecto con los vestidos negros que lucía la gran mayoría de aquella desconocida multitud, el aire como enfurecido volaba todo a su paso, y los cabellos dorados de Elena azotaban su rostro infantil, miraba a su alrededor sin entender porque todos lloraban, parecía que hasta el cielo estaba triste, había comenzado a chispear.
Elena vestía un ampón vestido de lana negro, combinado con su saco gris de cuadros, su madre había estado llorando toda la tarde, y Elena había permanecido aferrada a ella, le preocupaba mucho, pues, en sus apenas cinco años de vida nunca la había visto llorar.
Una mano pequeña pero fuerte comenzó a sacudir a Elena desesperadamente, ella medio adormecida por el frio tardó en reaccionar, pero cuando se volvió lo único que vio fue la silueta de Leo alejándose con rapidez, un impulso desconocido la hizo soltar a su madre y correr detrás de él, el frio hacía difícil mantener la mirada fija y el terreno pedregoso la hizo caer, sin embargo al final encontró a leo hecho un ovillo bajo un árbol.
-¿qué pasa? ¿A dónde vas?
- Voy al cielo, a traer a mamá de vuelta, ¿quieres venir conmigo?
Elena notó las lagrimas en el rostro de Leo, era pequeña, pero su madre le había hablado de la muerte, le dijo que todo debía ser cíclico, que vinimos de un lugar lejano, de un todo, y que tarde o temprano regresaríamos, le dijo que eso era lo que convertía nuestra existencia en maravillosa, porque cada segundo era único, y que si la vida le gustaba o no eso no cambiaria en nada el hecho de que cada día irremediablemente estaría más cerca de morir.
La niña se acerco a leo, lo estrujo entre sus brazos, y luego le dijo al oído:
-Vamos al cielo, solo hay un problema, vas por el camino equivocado...